martes, 9 de septiembre de 2008

Freagmento - A orillas del Río Piedra me senté y Lloré

Todos los días Dios nos da, junto con el sol, un momento en el que es
posible cambiar todo lo que nos hace infelices. Todos los días tratamos de
fingir que no percibimos ese momento, que ese momento no existe, que hoy es
igual que ayer y será igual que mañana. Pero quien presta atención a su día,
descubre un instante de silencio después del almuerzo, en las mil y una cosas
que nos parecen iguales. Ese momento existe: un momento en el que toda la
fuerza de las estrellas pasa a través de nosotros y nos permite hacer milagros.
La felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una

conquista. El instante mágico del día nos ayuda a cambiar, nos hace ir en busca de
nuestros sueños. Vamos a sufrir, vamos a tener momentos difíciles, vamos a
afrontar muchas desilusiones…, pero todo es pasajero, y no deja marcas. Y en
el futuro podemos mirar hacia atrás con orgullo y fe.
Pobre del que tiene miedo de correr riesgos. Porque ése quizá no se
decepcione nunca, ni tenga desilusiones, ni sufra como los que persiguen un
sueño. Pero al mirar hacia atrás —porque siempre miramos hacia atrás— oirá
el corazón que le dice: «¿Qué hiciste con los milagros que Dios sembró en tus
días? ¿Qué hiciste con los talentos que tu Maestro te confió? Los enterraste en
el fondo de una cueva, porque tenías miedo de perderlos. Entonces, ésta es tu
herencia: la certeza de que has desperdiciado tu vida.»
Pobre de quien escucha estas palabras. Porque entonces creerá en mi
milagros, pero los instantes mágicos de su vida ya habrán pasado.

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